martes, 21 de abril de 2009

TERCERITA Y A REVISAR LAS ENTRADAS ANTERIORES


Cobil, corrió agazapado hacia las lomadas de su izquierda, sus pies parecían flotar sobre la tierra, igual que una lagartija trepó la cima, su figura pequeña, desde donde yo estaba, me marcaba la diferencia de tamaño entre nosotros y  la tierra en que vivíamos. Así, pensando en la pequeñez de la imagen de Cobil y la grandeza de su destreza y la vergüenza de mi miedo por lo desconocido, yo que me aventuraba a viajar por el país de la oscuridad sin mas defensa que mi piedra sagrada, sentí un estruendo, similar al que produce el cielo antes de que la lluvia moje los campos, instintivamente miré hacia arriba, el cielo era de un celeste profundo, ni una sola nube salpicaba su inmensidad,  entonces,  ¿de dónde venía ese ruido?

Lentamente,  temblando, recorrí el camino de Cobil, pocos metros antes de llegar a su cuerpo, pude ver que la sangre le cubría todo el pecho, sus brazos extendidos mostraban el estómago destrozado, me abalancé desesperado hacia él y automáticamente tomé sus flechas y su arco, justo en el preciso momento en que en lo alto de la loma, se recortaban las figuras de esos seres que había visto en mi viaje buscando al líder de los animales. Ahora, si les pude ver los ojos, la primer cabeza, los tenía como dos bolas de fuego, el de arriba, como el  color  del cielo; en ves de paralizarme comencé a correr desenfrenadamente. Sentí dos veces el mismo estruendo, el primero, pasó como un silbido junto a mi cara, el segundo, escupió tierra en mis pies. Confundido y atontado pues no entendía lo que pasaba, me escabullí entre los riscos, buscando afanosamente el borde donde el bosque se extendía.

Algo, quizás el ruido, me hizo volver la cabeza y vi como los seres impulsados por el viento y envueltos en una nube de polvo se dirigían hacia  mi.

Mi corazón  quería salirse de su lugar, mi cuerpo estaba todo húmedo.

El bosque había sido mi amigo desde niño, en él aprendí, con mi padre, a hablar con los dioses, en él, conocí el viaje por el país de los sueños, ahora él debía protegerme. Salteando  árboles y cambiando de dirección casi constantemente, logré llegar a las grandes rocas, donde había muchos lugares para esconderse, entré a una profunda grieta, deslicé mi cuerpo y lo dejé caer. Al poco tiempo escuché el tremendo ruido de estos seres, varias veces pasaron por encima de la roca en la que estaba escondido, mi miedo era tal que no podía  ordenar mis imágenes, que falta me hacían en ese momento las raíces.

Había caído boca abajo, el dolor  en el estómago era insoportable, probablemente al deslizarme por la grieta alguna saliente había desgarrado mi piel, pero el dolor de ver destripado a Cobil opacaba el mío, sentí un poco de fuerzas, cerré los ojos y traté de viajar hacia el país de los sueños,  quería hablar con el Señor de las Respuestas.

Su casa salpicada de fuegos, me resultó confortable, mi cuerpo entumecido necesitaba un poco de calor, alcancé a divisar su figura en un rincón, respetuosamente me senté con las piernas cruzadas en el extremo mas alejado de donde estaba él, extendí mis manos hacia el fogón mas cercano, agaché mi cabeza y hablé

viajé para buscar al líder de los animales, antes de emprender el camino con Cobil, en él no pude divisar a ningún  animal de los que siempre poblaron nuestra tierra y que sirvieron de alimento a la  aldea e inclusive a los "otros", sólo pude ver a estos seres extraños que aparentemente se separan y que escupen  fuego  por un palo, ellos, creo, Señor, fueron los que le quitaron la vida a Cobil y ahora quiero saber porqué.

Durante largos minutos el silencio era interrumpido solamente, por el crepitar de los leños en el fogón, de pronto, frente a mi, apareció un plato con harina cosida y unos trozos de carne cocinados a la llama, además, de un jarro con bebida fuerte. El silencio, la penumbra, el calor del fuego y la pregunta salida de mi boca, hicieron que mi cuerpo se relajara y que mi dolor por Cobil menguara. Despaciosamente fui comiendo y bebiendo hasta acabar todo lo servido, creo que  me dormí  profundamente.

Al despertar, los fogones seguían en el mismo lugar, tenían mas leños y el plato con comida ya no estaba, solo me dejaron el jarrito con  más bebida, apuré tomarlo pues mi garganta ardía. Inquieto comencé a reconocer la casa, buscando la figura del Señor de las Respuestas, pero las sombras y los claros oscuros provocados por  las lenguas de las llamas no me permitían ver mucho. Me incorporé, caminé por la casa y cuando estaba dispuesto a salir un sonido agudo me golpeó por detrás, me volví abruptamente, un esqueleto totalmente encorvado, de pelo muy largo y gris, como las cenizas, explotó ante mis ojos con el mismo estruendo que oí por tres veces en manos de aquellos seres extraños, mitad hombres, mitad bestias.

Con gran esfuerzo, fui con las manos empujando hacia atrás mi cuerpo dolorido para salir de la grieta, al lograrlo, apenas pude dejarme caer en el suelo y apoyar la espalda contra la roca, respiré profundamente  y en una convulsión vomité la harina, la carne y la bebida fuerte que ingerí en mi viaje a la casa del Señor de las Respuestas. Nuevamente volví a dormirme extenuado.

Cuando desperté, ya el Padre Sol hacía rato que caminaba por la inmensidad del cielo, mi cara estaba muy caliente y mi cuerpo despedía un fuerte olor, mezcla  del vómito y el  miedo, el mismo olor que siento cuando alguien viene a  casa  para que con mi magia realicé a la distancia  algún mal, ese olor estaba ahora presente en mi cuerpo.

Sigilosamente, rehice el camino de mi loca carrera, al escapar del ataque de los seres  extraños. Al salir del bosque pude observar a la distancia  que el cuerpo de Cobil, todavía estaba allí, apuré el paso llevado por la angustia y el dolor renacido ante la pérdida de un ser querido. Los pájaros, ya habían hecho su trabajo y el calor comenzaba a descomponerlo. Sus flechas, su vincha tejida, su  hacha y un brazalete de metal que había forjado su mujer no estaban en el cuerpo de Cobil, la rapiña no solo era de los pájaros, esto seres eran ... ¡ Claro !,  estos seres eran los dioses del mal, aquellos de las pestes, los que se llevan a los niños en los vientres de las madres, los mismos que llevaron al hermano de Cobil y a mi padre. Evidentemente todavía no era mi turno.

Cargué el cuerpo de Cobil hasta el río y lo lavé, con una espina y fibras de una planta  cosí sus tripas, algunas flores aromáticas hervidas me sirvieron para aplacar un poco el nauseabundo olor de su cuerpo.

El Padre Sol estaba por dormir, yo decidí lo mismo.

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