lunes, 6 de abril de 2009

EL SEÑOR DE LA RESPUESTAS, segundita


Cobil, corrió hacia mi lugar, se acuclilló frente al fuego de mi madre; tomó una de sus flechas, dibujó dos líneas paralelas en el piso y me pidió que invocara al espíritu de los animales para que tuviéramos buena caza.


Yo, Calancachicat, hijo del que habla con los dioses, y hablador con ellos también, tomé mi bolsita de piedras, mis plumas de pájaros, las raíces, mi jarrito y mi amuleto: la imagen de mi padre modelada en barro. Me dirigí hacia lo alto, de espalda al Padre Sol, para que mi sombra se proyectara hacia adelante en busca del líder de los animales e informarle del mensaje de Cobil.

Supe, aunque no me di vuelta, que Cobil con su mirada me acompañó todo el trayecto, hasta que el bosque me abrazó y cubrió mi imagen.

Dos épocas atrás había realizado esta ceremonia, ya no temblaba mi pecho, ni mis palabras se escondían en mi boca para no salir. Me senté con las piernas cruzadas en una piedra, clavé en el suelo la imagen de mi padre, distribuí a su alrededor las plumas; en una mano puse mi piedra sagrada, transparente como el agua, y en la otra una figurita en barro de un guanaco, símbolo del líder de los animales. Así oré durante horas. Cuando el Padre Sol cedió su lugar a la Madre Luna, junté algunos leños, encendí el fuego y preparé una bebida con las raíces.

El sueño me invadió, preparé mi mente para viajar, fue un viaje extraño, pues mi espíritu no vio los animales de siempre, alcanzó a distinguir algunos, semejantes a los guanacos, cubiertos con mantas y pegado a su lomo una figura casi humana, que brillaba y vociferaba extraños sonidos. Creo que tuve miedo y no me animé a acercarme mas, no quise ver los ojos de estos seres, volví desesperado hacia mi cuerpo y retorné a mi hogar.

El Anciano Cacique me llamó a su casa, fui temeroso, pero seguro. Yo Calancachicat era el hablador de los dioses.

Su figura serena, ubicada en el rincón mas oscuro de la casa, habló pausadamente, sin la firmeza de otras veces, pero con claridad. Primero, me indicó que debería acompañar a Cobil en su viaje en busca de alimentos y que aunque fuera extraño que solamente dos realizáramos el camino, el Consejo de Ancianos y Caciques había decidido sacrificar la cantidad de comida por la seguridad de la aldea. Segundo, me relató las noticias que había traído el hermano del marido de su hija, que viajaba desde las tierras altas. El a lo lejos había divisado un humo en un lugar que no había pueblos, curioso se acercó por el río y encontró a unos hombres de color blanco, que se sacaban unos trajes que brillaban, dejándolo casi ciego cuando los ponían contra el sol, y que a su alrededor caminaban unos seres de cuatro patas, robustos, que resoplaban. Su asombro fue tal, que se quedó mirando atónito por varias horas; estos preparaban fuego, casi como nosotros, pero la comida la consiguieron de una manera extraña y terrible: dos de ellos caminando sobre sus dos patas y llevando en las delanteras un palo largo, se acercaron a los animales que tomaban agua junto al gran charco, allí se pusieron en cuatro patas y sorpresivamente se elevaron, llevaron el palo cerca de su cara y con gran estruendo salió fuego de su punta, una nube los envolvió, los animales huyeron despavoridos, al igual que los pájaros que descansaban en los árboles, pero uno de los guanacos quedó muerto, junto al gran charco. Durante la noche Talosnavan se acercó al lugar donde cayó el animal y vió su sangre desparramada tiñendo la piedra.

El Anciano quería que yo cuidara de Cobil con mi magia, él sabía que la aldea podía ser defendida de cualquier peligro, varias veces los "otros" quisieron atacar. Si bien estos seres, según los cuentos, eran extraños, los luchadores podrían defender los campos.

De pronto, Cobil alzó su mano, yo, que aunque ensimismado, estaba atento, me detuve bruscamente y me agaché en la inmensidad de la tierra, apreté fuertemente mi piedra sagrada, mi deseo ferviente era terminar rápido con este agotador viaje, nunca me había alejado tanto de la aldea y entre mi sueño y el cuento de Talosnavan mi espíritu viajero estaba inquieto, añoré, por un segundo el parloteo de las mujeres durante la cosecha y los pleitos que debía solucionar entre las familias.

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