miércoles, 8 de abril de 2009

AVENTURAS EN LAS ALTURAS


Se levanto pesadamente, el sillón era muy pero muy cómodo, con fastidio se dió vuelta y me miró fijo a los ojos. La primera reacción fue cerrarlos, la segunda fue abrirlos la tercera fue levantar los brazos, no sé algo me decía que que ese día iba a tener que poner en acción los reflejos.

Bajó la vista, se metió la mano en los bolsillos, resopló, chisto los labios, ese famoso beso al diablo que tantas veces al día repetía mi abuela como letanía. Que hacerme, cuál castigo me cabía, como manejar a un niño de 10 años que en medio de una ciudad debía desarrollar, toda una actividad, cuyo patio era la calle y sus árboles las terrazas de decenas de edificios que poblaban una manzana en donde día a día, hora a hora era abarrotada de personas, autos, colectivos y cables.

Los atalayas, las casitas sobre las ramas, las cuevas, los refugios eran tendederos, tanques gigantes de agua, claraboyas, terrazas y la flora y la fauna las ventanas en donde mujeres mayores, jovenes hermosas y tipos peludos se cambiaban, amaban, bañaban confiados de su intimidad sin sentir a la distancia que cuatro, seis u ocho, según la ocasión observaban cada uno de los movimientos.

Así pasaron los meses. De a poco una terraza, un pozo de ventilación otra terraza, desebrochar la ropa y dejarla volar, mudar de un edificio a otros las preciosas masetas con geranios, gladiolos y otras flores que ni me acuerdo. Abrir las canillas de los pilotones de lavar y dejar abiertos los gallineros en altura que uno u otro habitante tenía como simbolo de que estrañaba su pueblo rural.

Los dias así pasaban, los sábados y domingos sobre todos eran nuestros, la calle vacía era el estadio de futbol, la pista de carreras y de tocar el timbre y correr.

Pero tanta felicidad no podía durar, las ciudades no estan hechas para chicos con inquietudes de aventura.

El presagio surgió el día que quisimos entrar a la Iglesia de La Merced, por una puerta lateral que ya habíamos visto que siempre estaba abierta. Nos pusimos la ropa de ir a misa, como si diseñar una travesura asi vestidos nos diera mayor seriedad. Llegamos, saltamos la tapia y de a uno entramos por la endija que dejaba la puerta entreabierta. El resplandor del afuera en la oscuridad del adentro, nos cegó por un buen tiempo, caminamos a tientas y cuando al final de lo que parecia un pasillo vimos una hendija con luz, hacia allí fuimos como si ese fuera el final del arco iris con su olla de monedas de oro. Abrimos con fuerza la puerta pensando que por su tamaño era mas pesada, pero los padres se ve que hacian sus tareas se abrió fácil y abruptamente, cayendo los cuatro al medio de la habitación y entre el susto nuestro y el susto de los que estaban alli alcanzamos a ver al padre Federico y a una señora muy bien pintada con solo la cadenita con la cruz y un collar de perlas como toda ropa. Nuestros cuerpos demostraron, sin que nunca lo supieramos, la teoria de Einsenten: la velocidad de la luz. Siete minutos despues ya estabamos cada uno en nuestras casas, en mi caso acostado y tapado hasta la cabeza, sin poder pronunciar palabra.

Varios días después cuando el peligro daba muestras de que había pasado, volvimos a las andadas, pero esta vez nos resignamos a las aventuras ya conocidas, las terrazas y patios de los edificos y casas circundantes.

Con el mismo artilugio le robamos la llave de la terraza a mi abuela y partimos como buenos Boy Scout a realizar la mala acción del día. Cruzamos de un techo a otros, subimos una esclera de hierro, nos bajamos por una caño del tanque y caminando por el filo de una tapia que daba a la calle llegamos a la inmensa claraboya que permitía iluminar de dia a una de las zapatarías más grande de la la ciudad. Estar ahi siempre nos causaba excitación, nadie nos veía y nosotros veiamos de todo, escotes, pies y alguna que otra mujer que utilizaba unos cambiadores para observar como quedaban los zapatos con sus vestidos nuevos, asi que para esa época ya eramos expertos en enaguas, culottes y corpiños.

Ese sábado se nos había unido el gordo Jorge, que de tan pecoso parecía que lo hubieran escupido con barro, la última vez nos habia prestado la pelota recien comprada asi que merecía un viaje al mundo de los cielos con nosotros.

La mañana pasaba fantasticamente, el día era soleado y típico de otoño, la clientela era mucha y nuestra diversion igual. hasta que al gordo Jorge le dieron ganas de mear, se incorporo y sin ningún tapujo se puso a orina en contra del viento, todo su orín nos empezó a salpicar, asqueado uno de nosotros le pego mal a Jorge que trastabillos y se cayó sobre la malla metalica que cubria del granizo a la claraboya, su peso, el mio y del tercero que estaba alli fue demasiado para la malla y para el vidrio. Nosotros, los fragmentos de vidrio y la malla caimos todos juntos sobre las personas que muy tranquilas estaban probandose zapatos en los sillosnes y en los probadores.

Fue apocalípticos, los ruidos, los gritos y el sonido del corazón de cada uno de nosotros, nos aturdió.

Algunos escaparon, otros cayeron bajos las garras de los empleados y dueño del lugar. La policía que en esa época no conocía de los derechos del ñino, y no se si había, obligo a confesar a los atrapados quienes eramos lo complices.

Mi madre con las manos en los bolsillos no sabia que castigo aplicarme.

Esa mañana de invierno partí en el auto de mi tío con una balijita pequeña a una escuela de curas en calidad de interno, pero esa es otra historia.

NOTA: LOS HECHOS ACA MENCIONADOS SON SACADOS DE LA REALIDAD ESTAN CAMBIADOS LOS LUGARES Y LA CRONOLOGIA DE LOS HECHOS
PD: Esta entrada al blog fue escrito de una sola vez, y sino hubo correccion es porque mi mujer esta ocupada viendo un programa de TV y yo aprovecho para escribir como quiero

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