Terminar el día, a veces, no es una satisfacción. Una pesadumbre, una opresión en el pecho obligan a mirar en profundidad hacia el horizonte, buscando respuestas, sin saber si realmente se quieren encontrar esas respuestas, el sentir una pérdida, el no tener con quien hablar y la monotonía del silencio de la inmensidad, que perturba mas que el excesivo murmullo de la aldea, nos indican el camino del Señor de las Respuestas.
Tantas ocasiones tuve para aprender el uso de las armas y tantas ocasiones deseché en favor del aprendizaje de la magia, arma que según yo, era mas poderosa. Y así, los días transcurrieron, uno detrás del otro, continuos como el torrente del río, extensos, misteriosos, esperando un nuevo gesto, una nueva señal que nos indicara la lección de lo que el futuro nos depararía.
La mañana, clara y brillante, como el reflejo del sol sobre la mica, nos encontró acurrucados entre pieles, paredes de piedra, nuestros enseres y el fuego languideciente de algunas horas sin alimentarlo. Eran los últimos días que nos quedaban para conseguir comida antes que el viento helado y la sequía entrasen aplacando al Padre Sol, fenómeno que rigurosamente sucedía para esta época.
Nos levantamos rápidamente, apagamos el fuego, recogimos nuestras cosas y caminamos a paso regular, pero firme, en dirección al Padre Sol. Uno por detrás del otro, callados; él mirando hacia adelante, atento, yo mirando sin ver, inmerso en mis recuerdos y en los recuerdos del Anciano de la aldea. Algo iba a suceder, ya eran cuatro apariciones del padre sol que caminábamos por las tierras conocidas y si al terminar esta jornada no encontrábamos ningún animal, tendríamos, necesariamente, que cruzar a las tierras de los "otros" a riesgo de morir; pero que alternativa teníamos o morir ahora o morir de hambre en el futuro. Algo debía suceder, mi corazón me lo decía, yo había realizado todos mis pases correctamente.
Cobil, mi compañero, había comentado anoche que el Señor de los Animales seguramente estaba ofendido con nuestra aldea, ya que venir en su búsqueda, solamente dos, era un atrevimiento, siempre los varones mas jóvenes habían salido a la tierra en busca del alimento, antes del frío y la sequedad ,seguramente, su espíritu, molesto, arrió todos los animales en nuestro camino.
Cobil era un cazador, un luchador, y su boca hablaba por lo que había aprendido en los días que salía con los demás, conocía a la perfección las costumbres y los lugares en donde los animales para esta época se encontraban , él, confiado, aceptó el encargo de los ancianos, cuando dijeron: que solamente los dos debíamos procurar el alimento.
La mañana, clara y brillante, como el reflejo del sol sobre la mica, nos encontró acurrucados entre pieles, paredes de piedra, nuestros enseres y el fuego languideciente de algunas horas sin alimentarlo. Eran los últimos días que nos quedaban para conseguir comida antes que el viento helado y la sequía entrasen aplacando al Padre Sol, fenómeno que rigurosamente sucedía para esta época.
Nos levantamos rápidamente, apagamos el fuego, recogimos nuestras cosas y caminamos a paso regular, pero firme, en dirección al Padre Sol. Uno por detrás del otro, callados; él mirando hacia adelante, atento, yo mirando sin ver, inmerso en mis recuerdos y en los recuerdos del Anciano de la aldea. Algo iba a suceder, ya eran cuatro apariciones del padre sol que caminábamos por las tierras conocidas y si al terminar esta jornada no encontrábamos ningún animal, tendríamos, necesariamente, que cruzar a las tierras de los "otros" a riesgo de morir; pero que alternativa teníamos o morir ahora o morir de hambre en el futuro. Algo debía suceder, mi corazón me lo decía, yo había realizado todos mis pases correctamente.
Cobil, mi compañero, había comentado anoche que el Señor de los Animales seguramente estaba ofendido con nuestra aldea, ya que venir en su búsqueda, solamente dos, era un atrevimiento, siempre los varones mas jóvenes habían salido a la tierra en busca del alimento, antes del frío y la sequedad ,seguramente, su espíritu, molesto, arrió todos los animales en nuestro camino.
Cobil era un cazador, un luchador, y su boca hablaba por lo que había aprendido en los días que salía con los demás, conocía a la perfección las costumbres y los lugares en donde los animales para esta época se encontraban , él, confiado, aceptó el encargo de los ancianos, cuando dijeron: que solamente los dos debíamos procurar el alimento.
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