domingo, 2 de enero de 2011

LA OTREDAD




Nunca he podido corregir, insinuar, algo a quien admiro, y es mi caso con José Pablo Feinmann, que se ha convertido en estos años un modelo de la argentina que piensa (según mi humilde entender, se pueden contar con los dedos del cuerpo).
Desde mi lugar de Arqueólogo he leído en los últimos años algunos trabajos que proponen una mirada del otro desde la Etnonoarqueología, para poder así comprender más la conducta de las sociedades no existentes. O si, como es mi caso, queremos darle una explicación desde el que "perdió" estudiar al "otro" conquistador, invasor, asesino, como quieran llamarlo.
Por eso cuando uno admira a alguien puede hacer dos cosas o subirse al ego y criticarlo buscando orificios milimétricos como larvas, o decir, si, estoy de acuerdo. En esta segunda opción se puede aportar, sabiendo que lo único que se hace es como pintar una pequeña imperfección que uno ve en la pared porque justamente la ve desde afuera.
Lo que he leído en este artículo de JPF, me remitió casi inmediatamente a los años 60, cuando los argentinos recién estaban descubriendo Brasil, como si nunca hubiera estado allí, y las clases medio(cre) argentinas se espantaban de lo racista que eran los brasileros, y justificando a los norteamericanos, porque bueno ellos eran esclavistas por naturaleza, en cambio nosotros eramos una sociedad amplia, sin prejuicios de color, ja, los pueblos originarios ni a otros llegaban, los criollitos/tolitos del norte eran peones o sirvientas en las casas de la ¿aristocrática? sociedad argentina. Ese imaginario colectivo, muy propio de la creación de mitos de nosotros los argentinos, iban acompañados de que tenemos el bife más rico y mejor del mundo (perdón Cordera) o la Av, mas ancha del mundo (claro estaba en BsAs)y así una lista que no quiero escribir porque me va a ayudar a perderme en el punto.
Los argentinos siempre odiamos al otro, construimos el país en  base a ese concepto, y hasta inventamos slogans para impedirnos ver el trasfondo de esto: azules y colorados, boca y river, Piazzolla y Troilo. Es más nos ufanabamos de lo bruto que eran los Norteamericanos, cuando enviaban una carta por correo postal ponían BsAs, Brasil, ¡que bestias, que incultos! no sabían geografía. Yo que a los del norte no los quiero ni así de poquito, pensaba porque no se habrán quedado de verdad en los depósitos del correo de Brasil todas esas cartas, capaz que de algún golpe de estado nos hubiéramos salvado.
Siempre hemos pensado los argentinos que el otro era un mal tipo, lo disfrazamos al odio de clásico, de enfrentamientos dicotómicos, pero nunca aguantamos al vecino, ni siquiera el que está cruzando la cerca de ligustro.
Estimado JPF, le pido disculpas por tanto atrevimiento de escribir sobre algo que usted escribió, pero como me dijo una vez una profesora de Antropología Social: "si con mis clases logro que uno de ustedes cambie y despierte a la apertura de mente, me siento satisfecha", y usted JPF logró eso conmigo, me abrió los ojos y me hizo recordar una época que se estaba en la calle y se escuchaban todos estos mitos, basados en su explicación de la otredad. Gracias        

José Pablo Feinmann: El argentimedio y su odio al otro


Sé que la frase –elaborada esencialmente por filósofos– la otredad del Otro ha merecido algunas bromas. Pero no hay fórmula filosófica que no las merezca si alguien se propone hacerse el gracioso a su costa. No me río ni hago bromas sobre ese concepto que he enunciado: la otredad del Otro revela una condición trágica e insoluble de la condición humana. La otredad del Otro es aquello que establece al Otro en mis antípodas, que lo privilegia como objeto central de mi odio, que puede hacer de mí muchas cosas que no desearía ser. No ser un asesino, por ejemplo. Cuando la otredad del Otro llega a su extremo intolerable para aquel que lo considera su Otro, la más frecuente solución es matarlo. El odio con que muchos hablan de eso que hoy han establecido como el Otro lleva a preguntarse a qué extremo serían capaces de llegar. Sobre todo porque el Otro del que hablan no los afecta directamente. Ya sabemos que la Argentina se ha deslizado de un Otro a Otro y a Otro: el gauchaje federal, el malón, la inmigración, el cabecita negra, la guerrilla, los piqueteros, etc. Siempre se necesita otro. Alguien en quien depositar el odio. Hoy, el Otro es el inmigrante. No sólo aquí. La furia es generalizada. El muro que levanta Bush contra los mexicanos. Los musulmanes de Sarkozy. Los “indeseados” de Berlusconi. A comienzos de la década del ‘90, ya Samuel H. Huntington decía que los nuevos problemas serían el Islam y los inmigrantes no deseados.
El argentimedio (que es el argentino de clase media, aunque no es toda la clase media porque ésta no es un bloque homogéneo, aunque prevalezcan en ella valores escasamente ligados a la insolidaridad) es alguien que suele considerarse –así lo dice– el jamón del sandwich. Bien analizada, esta condición no debiera ser indeseable, ya que sin jamón no hay sandwich, ya que el que come un sandwich lo come más por el jamón que por el pan o por ambas cosas. Pero la expresión señala una incomodidad: estar en el medio, apretado entre dos cosas que están en dos extremos diferentes: una parte del sandwich y la otra. Una arriba, otra abajo. El jamón, en el medio, pareciera ser la víctima de su situación en el mundo. No está en ninguna de las dos partes y no sabe a cuál pertenece ni a cuál adherir, aunque quisiera estar arriba. El argentimedio no quiere estar donde está. Necesita algo que le dé importancia. Que haga de él algo distinto de lo que es. Sale de esta situación por medio de Otro a quien odiar. “¡Nos vienen a robar el país!” dice el argentimedio de los bolivianos, los paraguayos y los peruanos, a los que ha bautizado con nombres despectivos. Bolitas a los bolivianos, por dar un ejemplo. “¿A usted le ocuparon algún terreno?”, se le pregunta. “No.”
–Entonces, ¿por qué le vienen a robar el país?
–¿Cómo por qué? Porque nos vienen a sacar el trabajo.
–¿A usted le sacaron algún trabajo?
–No.
–¿Qué país le vienen a robar?
–¿Cómo qué país? Este, el mío.
–¿Usted cree que este país es suyo?
–Claro, yo soy argentino.
Lejos está de advertir el favor inmenso que le hace el inmigrante al que odia. De pronto, el argentimedio es propietario. Tiene un país. Un país codiciado. Si no, no vendrían a robárselo. De pronto, es poderoso. La Argentina es suya. El, que era un rata como cualquier rata que anda por ahí, que era un empleado con un jefe que le arruinaba la vida, con una mujer o un marido o una familia a la que apenas aguanta, o que anda en un tacho desde el que arroja todo su odio sobre el mundo en general, que escucha las radios de derecha, que ve la TV vómito, ahora, súbitamente, habla en nombre de algo que le pertenece: el país. ¿Quién se lo dio? El Otro. El boliviano. El boliviano le dio la Argentina que, sin él, jamás habría tenido. Ahora es poderoso. Es un terrateniente. O habla como uno. Dice las palabras que decía Cané en los círculos oligárquicos de principios del siglo pasado:
–Nos vienen a quitar lo nuestro. Quieren entrar en nuestros salones. Los argentinos cada vez somos menos.
Cualquier argentimedio puede decir durante estos días:
–Los argentinos cada vez somos menos.
¡Qué enorme favor le ha hecho la otredad del Otro! La otredad es todo aquello que hace que el Otro sea el Otro. El Otro es negro, es feo, es sucio, es extranjero, es un invasor. El, no. El es argentino. Con el solo hecho azaroso de haber nacido aquí le alcanza. No necesita hacer nada más. Es argentino. Y el bolita le ha permitido sentir que la Argentina es suya. Tanto lo necesita que –si no existiera–, tendría que inventarlo. Sartre, en su ensayo sobre la cuestión judía, dice que si el judío no existiera, el antisemita lo inventaría. Lo mismo aquí: si el bolita no existiera, el argentimedio, el argentimedio(cre), el xenófobo, el racista, ese hombre pequeño que necesita odiar para existir, lo inventaría.
Fuente texto: diario Página 12, 26 de diciembre de 2010
Fuente imagen: blog humortesan.blogspot.com

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