La Cofradía de la
basura
Siempre
a las doce de la noche, cuando los relojes tocan sus campanas, salen los
jóvenes, los niños, las mujeres por las calles de los barrios más encumbrados
de la ciudad. Deambulan despaciosamente con pequeños carros bien armados
buscando en los cajones, tarros y basureros, restos desechados durante el día.
No levantan los cartones, ni los residuos desparramados, tampoco luchan con los
perros que cada noche se van sumando a la caravana; les dan asco las ratas,
pero minuciosamente acomodan en el carromato bolsas negras, blancas y del
super, acomodan todas las bolsas. Caminan y buscan; buscan y caminan.
Cuando
su carrito está repleto se dirigen calladamente a un galpón en las afueras de
la ciudad a donde depositan desprolijamente lo recolectado. Al rato desaparecen
y vuelven, supongo, a sus hogares, aproximadamente a las 4 o 5 de la mañana.
Media
hora más tarde aparecen, también en silencio, hombres viejos con largos palos
afilados en sus puntas, rompen las bolsas, separan los contenidos con las
afiladas puntas. Se van cruzando miradas entre ellos asombrándose de lo que las
personas pueden tirar. La comida no les importa, sólo se fijan en los objetos y
más de una vez se consultan murmurando ¿ese trasto semi roto va al montón de lo
“que sirve”?.
Alrededor
de las 8 cada uno de estos viejos regresan por el mismo camino que llegaron. Y
sin ninguna interrupción como enjambre aparecen niños mas pequeños con escobas
y palitas, barren las porquerías y las arrojan a grandes tachos, a ellos no les
lleva mucho tiempo lo hacen con alegría, jugando, riendo.
Así
durante 29 días este rito se repite y justo, justo ese día es el último día
hasta el 30 en que todo comienza nuevamente.
Pero
para comenzar, todos absolutamente todos, los más jóvenes de las 4 de la
mañana, los viejos de las 8 y los pequeños que jugaban se juntan en círculo en
ese gran galpón con sus carros, palos, escobas, sentados, apoyados algunos en los
grandes tachos para observar a las mujeres ancianas que resucitaron volviendo
hermosos y limpios a los trastos que las personas tiraron.
Al
rato los viejos más viejos dan la orden golpeando tres veces sobre el piso con
sus botas de caucho. Entonces, todos, con bolsas verdes juntan las hermosas
cosas del montón de lo “que sirve” y atiborran los carros con ellas.
Salen
saludando, volviendo a las mismas calles, a los mismos rincones de los barrios
mas encumbrados, dejando las bolsas en los mismos basureros, tachos y cajones
que durante 29 días juntaron silenciosamente.
La
Secta de la basura cumplió, una vez más con el místico rito demostrando a los
ciudadanos que algunas cosas que desechan son hermosos fragmentos de sus vidas,
que los esfuerzos realizados para obtenerlos y después descartarlos eran
protegidos por ellos.
Desde
hoy, cada 30 días me fijo por las calles cuantas bolsas verdes hay en las
veredas y me sorprendo al saber cuantas personas desaprensivas existen.
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